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El accidente que hace 44 años reveló el México prehispánico Especial

#UnDíaComoHoy se cumplen 44 años del hallazgo de la Coyolxauhqui

En 1978, trabajadores hallaron una piedra que resultó ser Coyolxauhqui; ese hallazgo derivó en el del Templo Mayor.
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“La que se ornamenta las mejillas con cascabeles”, es el significado en español del nombre de la Coyolxauhqui, pieza escultórica emblemática de la cultura mexica, que fue descubierta el 21 de febrero de 1978 en el corazón del Centro Histórico de la Ciudad de México. La deidad, relacionada con la luna, es una de las pocas esculturas tenochcas que muestran la desnudez femenina.

En el monolito hallado hace 44 años, la diosa aparece desmembrada, porque aludía a una de las últimas etapas de la derrota de los enemigos, que consistía en despojarlos de sus ropas.

Según el mito, Coyolxauhqui era la dirigente del grupo Huitznahua, uno de los barrios que salieron de Aztlan, quienes al llegar al cerro Coatepec se enfrentan a Huizilopochtli, su hermano, quien los derrota y a ella la decapita y arroja, quedando desmembrada al pie del monte.

De casi 8 toneladas y 3.25 metros de diámetro, la pieza prehispánica ya era mencionada en las crónicas de Diego Durán, Tezozómoc y fray Bernardino de Sahagún, como parte del panteón mexica, pero fue hasta la década de los años 70 cuando se descubrió la más grande de las seis esculturas de la deidad que hasta el momento se han hallado.

La pieza de andesita rosada en forma discal se encontró de manera fortuita cuando una cuadrilla de la Compañía de Luz y Fuerza laboraba a más de dos metros de profundidad en la esquina de las calles de Guatemala y Argentina. Estaba cubierta por arenilla y un equipo de arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) la desenterró luego de permanecer en el subsuelo por 500 años.

Este hallazgo detonó el Proyecto Templo Mayor, encabezado por el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, a partir del cual surgieron nuevos descubrimientos de representaciones de la diosa lunar. Una de ellas es la realizada en piedra de tezontle con la que armaron las piernas, brazos y tórax, y que corresponde a una fase constructiva anterior del Templo Mayor.

Otro ejemplo del arte mexica es la escultura monumental de diorita, que se encontró a mediados del siglo XIX, cuando se edificaba una casa en la calle de Santa Teresa, hoy Guatemala. La identificación la hizo el antropólogo Eduard Seler, quien vio los cascabeles de oro en las mejillas, porta orejeras y los plumones en el pelo destinados al sacrificio. Sus ojos entrecerrados corresponden a la deidad ya decapitada.

Una más de las esculturas de la diosa Coyolxauhqui es la que describió el maestro Matos Moctezuma en su estudio Las seis Coyolxauhqui: variaciones sobre un mismo tema, que se localiza en el Museo Peabody de Harvard. Se trata de una máscara de piedra verde. La pieza presenta los atributos de la Coyolxauhqui: los cascabeles sobre las mejillas, las orejeras y los plumones en el cabello.

El investigador emérito del INAH apunta en su texto que otro fragmento de piedra labrada que se encontró con parte del rostro, cabello y plumones de la diosa lunar, se encontró en la esquina suroeste del Templo Mayor de la etapa IV b, que fue excavada por Manuel Gamio en 1914, y posteriormente en 1948 por Hugo Moedano. La pieza erosionada fue identificada por el arqueólogo Felipe Solís, al igual que el monolito de andesita rosada descubierto en 1978, este último con ayuda de Gerardo Cepeda.

Durante sus trabajos de excavación en los años 80, el maestro Eduardo Matos Moctezuma halló fragmentos irregulares de la escultura, en la que se aprecian elementos correspondientes a la diosa, que podrían corresponder a la última etapa constructiva del Templo Mayor. En las partes se puede identificar una pierna, parte del cuerpo y largas plumas.

La belleza de la escultura de andesita que fue descubierta hace 37 años ha sido materia de múltiples investigaciones entre las que se encuentran la realizada por los investigadores Lourdes Cué, Fernando Carrizosa y Norma Valentín, quienes identificaron los colores con los que fue pintada este monolito.

Los cinco colores que sobreviven en las porosidades de la piedra son el rojo que se obtenía de la amatita, el ocre de la geotita, el blanco de la calcita, el negro del humo y el azul maya de la combinación de hojas de añil y poligorskita. Todos ellos corresponden al patrón cromático del Templo Mayor.

Un estudio, publicado recientemente por la investigadora Lourdes Cué, explica que esos colores se localizan en los detalles como son los pezones azules, los manchones de rojo sangre en el tórax, el ojo enrojecido, como en los códices, y el penacho azul.

La especialista también menciona tres valores iconográficos en la Coyolxauhqui: Los caracoles que adornan sus tobilleras, que son emblema de los guerreros muertos y asociados al sacrificio y a entidades como el sol.

Otro es el tocado azul, color del cielo diurno y ámbito de Huitzilopochtli, y un tercer elemento son las falsas coralillos del cuerpo anillado atadas en diversas partes del cuerpo de la diosa. Estos réptiles se asocian a Cihuatéotl, que representaba a la mujer que moría en parto, pero en el caso de la deidad lunar las serpientes tienen dos cabezas, son las temibles maquizcoatl culebra mítica asociada a la muerte. Es la prueba más clara de una unión simbólica entre ambos hermanos a través de estas serpientes, el verdugo, el dios solar deja su signo sobre el cuerpo de Coyolxauhqui.
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